Siguiendo el ejemplo del inigualable Antinoo, he decidido relatar aquí mis innumerables caminatas por Bilbao. Puesto que como tengo la suerte de que Bilbao es relativamente abarcable, casi siempre termino yendo a pie a todas partes, salvo a las más lejanas. Algo que valoro mucho del sitio donde vivo es que me permite ir andando al trabajo, sin demasiado esfuerzo. En poco más de 20 minutos me planto en mi despacho.
El relato va a ir en dos partes, como ya se ve por el título. La primera de ellas por una de mis rutas de excepción, que no transito habitualmente, por un Bilbao renovado, limpio, guapo. Un Bilbao que muchas veces termina pareciendo una postal con fachadas de cartón piedra, vacías por detrás. Pero a pesar de todo, las ciudades no se definen en exclusiva por las fachadas que las habitan, sino por los habitantes de las fachadas.
Me despierto una de estas mañanas perezosas en que uno no ha hecho caso al despertador para quedarse una horita más en la cama (ventajas de ciertos trabajos…). Levanto la persiana de mi habitación, y ahí está, igual desde hace varios siglos, emblema de la ciudad, la iglesia de San Antón. Parece que seguimos con este verano extraño por el norte, con poca lluvia y días de mucho sol y temperaturas más bien altas. En vista de la buena mañana que hace, me decido a desayunar fuera con Ekiots, que también se ha quedado remoloneando en la cama. Vestirnos, y a la calle!!
Bajamos como siempre por el muelle de Marzana, un buen paseo a la orilla de la ría. Pero enseguida nos damos cuenta de que el día de hoy traía trampa. Oscuros nubarrones se asoman hacia el centro de Bilbao, con arco iris incluido, y en esta ocasión no es en homenaje al orgullo, sino más bien pronóstico de lluvia segura y cercana. De todos modos, el frente de tormenta me da la oportunidad de sacar un par de imágenes simultáneas y llenas de contraste.
Como casi siempre en estas situaciones, uno duda entre seguir adelante antes de que caigan las primeras gotas, o volver a casa a refugiarse, y en todo caso, coger un paraguas. En vista de que en ese momento nos quedaba más cerca la cafetería, decidimos tirar para adelante. Y menos mal, porque llegamos justa a tiempo antes del que descargara el diluvio!
Una vez desayunados y con la tormenta calmada, me decido a despedirme de mi chico, y emprender la caminata diaria hacia mi puesto de trabajo, con la pretensión de transitar hoy la parte turística de la ciudad, que seguro que más de un visitante ha transitado en alguna ocasión.
En cuanto se abandona el Casco Viejo, y se cruza la ría con la idea de transitar por la Gran Vía, no puedo dejar de mirar la Estación del Norte. Tal vez por temas más románticos, tal vez por la espectacular fachada que en demasiadas ocasiones se le despista a la gente. Aquí llegaba el tren de la Robla, cargado del carbón de León. Aquí llegaba mucha gente de aquella zona en la época de gran expansión industrial de Bizkaia, con la idea de un futuro mejor que el podían darles sus ya maltrechas tierras. Aquí llegó precisamente mi madre procedente de León, con la esperanza de poder tener un futuro, que sin duda tuvo.
Sigo mi camino escalando hacia la plaza circular, dominada aparentemente por la estatua del fundador de Bilbao. Realmente este personaje lo que hizo fue crear el núcleo de lo que es el Casco Viejo, en frente de un pequeño puerto ya existente en la zona de Bilbao la Vieja, donde vivimos nosotros. Pero si bien la idea de la plaza era un homenaje al fundador y usurpador, quien realmente la domina es el espectacular edificio sede del BBVA. La verdad es que andar por la Gran Vía es caminar entre sedes de bancos y grandes tiendas de moda. Un ambiente normalmente abarrotado de gente, que se queda más o menos vacío una mañana laboral inmediatamente después de una tormenta.
Tanto la Gran Vía como varias calles de la zona son una muestra del nuevo interés de los mandatarios por el bienestar de viandante, con grandes aceras, calles semipeatonales, o totalmente peatonales. Pensadas para poder pasear lo más alejados posibles del estruendo del tráfico. La calle Ercilla, por ejemplo, ha sido peatonalizada en un tramo importante, el que une la céntrica plaza Moyúa con la renovada plaza de Indautxu.
En este trayecto uno se ha podido cruzar con los peculiares Fosteritos, las puertas de entrada a las estaciones de Metro, diseñadas por el propio Norman Foster, y que de tanta ayuda son en el peculiar clima lluvioso de esta ciudad.
Avanzando un poco, te puedes topar con la nueva zona de maravillas de la arquitectura de Bilbao. El edifico de sociedades públicas del Gobierno Vasco, en la Plaza Bizkaia, es una muestra de la capacidad de los arquitectos Soriano y Palacios para hacer edificios estéticamente contundentes, y energéticamente eficientes.
Justo frente a ese edificio, hay otra muestra de reciclaje urbanístico. En la antigua Alhóndiga de Bilbao se está construyendo un centro cívico diseñado por Philippe Starck. Manteniendo la fachada original del edificio, se han diseñado una serie de cubos que van a hacer de verdaderos edificios contenedores de las instalaciones, entre las que va a haber desde dependencias administrativas hasta una piscina y un SPA. Y es que parece que Bilbao no deja de renovarse. Estamos pendientes de ver la propuesta de Jean Nouvel para otro edificio frente a la Alhóndiga. Arquitecto este que a mí no me emociona demasiado en lo personal, a pesar de reconocer que su obra nunca me deja indiferente.
Siguiendo el camino me encuentro con la remodelada Plaza de Indautxu. Lo que era un par de manzanas con dos parterres cubiertos de hierba raquítica y cruzado por una vía de mucho tráfico, se ha convertido en una plaza acogedora, en la que se nota que el objetivo era el peatón y el paseante. Una pena que no tenga fotos de estas navidades en las que la vistieron de cajas de regalos.
Por desgracia este paseo está a punto de terminar. Uno se enfrenta ya a la mole del edificio en el que le toca trabajar, y tiene que hacer frente a su mesa, y su ordenador. Menos mal, que por lo menos, las vistas no son malas, y sirven para despejar la mente de tanto en tanto.

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Aitor Urresti

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