Entrada publicada originalmente en mi columna del diario Bilbao Buenas Noticias
Llegar a casa por la tarde y notar el calorcito de la calefacción, sentarte en el sofá y poner la tele para ver lo que pasa en el mundo, o simplemente para poner cualquier programa y desconectar del ajetreo del día, mientras piensas qué vas a cenar. Los pequeños placeres de la vida, ¿verdad? En lo más crudo del invierno, a muchas de las personas que me leéis os parecerá de lo más natural entrar en casa y encender la luz o notar que hay una temperatura agradable. Por desgracia eso se aleja mucho de la situación que está viviendo parte de nuestra sociedad.
En Euskadi, se estima que unas 90.000 personas viven en situación de pobreza energética, que es la incapacidad para pagar las facturas de gas y electricidad, y hace que en estos hogares tengan que pasar el invierno con temperaturas bajas.
La pobreza energética se debe a tres factores fundamentales: mala calidad de las viviendas, subida del precio de la energía, y bajada de los ingresos familiares. Tres factores que en la situación de crisis actual se han unido para dar lugar a una situación dramática. Con un parque de viviendas envejecido y de mala calidad, los precios de la energía por las nubes, y la crisis económica, tenemos a la vez los tres factores que crean esta situación.
La pobreza energética es más que un problema de confort o comodidad. Supone un aumento de los problemas de salud y un menor rendimiento escolar, y un mayor riesgo de exclusión social a futuro. Se trata por lo tanto de un problema que va más allá de lo meramente energético y tiene importantes implicaciones sociales.
Es urgente que las instituciones se impliquen en la solución de este problema, desde dos puntos de vista: la resolución urgente de los problemas sociales que se están produciendo, y la búsqueda de soluciones técnicas-energéticas que eviten que estos problema se sigan reproduciendo.
Hay que decretar una tregua invernal, que impida que se corte la luz o el gas a las familias en situación de vulnerabilidad, e instaurar ayudas sociales para afrontar el pago de estos gastos. Ni el Gobierno central ni el vasco se están implicando como deberían ante la pobreza energética. El PP ha vetado en el Congreso las iniciativas que pedían actuar en esta línea, y aunque en el Parlamento vasco se han aprobado medidas para paliar la situación, el Gobierno vasco no las está aplicando.
Hay que apostar por un cambio de modelo energético que impulse las energías renovables y destierre las subvenciones encubiertas a los combustibles fósiles. Y un plan de rehabilitación de viviendas que mejore su calidad, y reduzca el consumo energético de los hogares. Un plan que, además, serviría para estimular el sector de la construcción y generar nuevos puestos de trabajo.
En definitiva, se puede luchar contra la pobreza energética. Hay opciones que pueden aportar soluciones rápidas y a largo plazo para aligerar la situación que viven tantos hogares. Ahora hay que ver si las instituciones quieren estar a la altura del reto que se les presenta.