Por Aitor Urresti, coportavoz de Equo Bizkaia e ingeniero industrial, y Florent Marcellesi, miembro de la Comisión Gestora de Equo

Artículo de opinión publicado en El Correo y El Diario Vasco, 07-11-11

¡La mítica serie Dallas ya tiene secuela! El episodio piloto estrena nueva localización, Álava, un nuevo “oro negro”, el gas natural, y un nuevo horizonte tecnológico, la fracturación hidráulica. Su presentación –realizada el 14 de octubre pasado por el nuevo productor, el Lehendakari Patxi López–, fue de lo más adecuada: desde Dallas, en uno de los pozos que está explotando una de las compañías experta en la materia. Tampoco podía faltar un reclamo profético para enganchar al público del siglo XXI asustado por los malos augurios ecológicos: en el subsuelo de Álava habría 184 mil millones de metros cúbicos de gas, lo suficiente para abastecer Euskadi durante 60 años. ¡Adiós escasez y dependencia energéticas (al menos para nuestra generación)!

Sin embargo, como en la serie original, la búsqueda de gas en suelo alavés no está exenta de graves conflictos, en este caso ambientales y de salud pública, que el anuncio triunfalista en Texas no puede esconder. Veamos pues la letra pequeña del guión, que busca en estos momentos también salida Bizkaia, Cantabria, Burgos, La Rioja o Navarra.

Se quiere extraer gas no convencional (Shale gas, o gas de pizarra) que está atrapado en las pequeñas fracturas y poros de las pizarras en el subsuelo, a gran profundidad. La baja porosidad de estas rocas unidas a la estrechez de las fisuras hace que el gas fluya a bajas velocidades durante su extracción. Para mejorar la baja producción que tienen estos pozos, se usan los métodos de estimulación, como la fracturación hidráulica (o fracking). Se generan fracturas en la formación que contiene el gas mediante la inyección de agua a alta presión, junto a una cierta cantidad de productos químicos, muchos de ellos de gran toxicidad y cuya formulación exacta es un secreto empresarial. Con este proceso se consigue generar grietas en la zona en la que está atrapado el gas y extraerlo.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que las pizarras son rocas de gran fragilidad y que no existe ninguna manera de controlar la extensión de las fracturas producidas por el fracking. tanto, inducir una facturación masiva e incontrolada puede provocar una dispersión de los líquidos peligrosos empleados hacia otras formaciones, como por ejemplo a los acuíferos subterráneos de Subijana o de la Gárate. Supone un alto riesgo para los ecosistemas y para la salud humana, y una irresponsabilidad de cara al futuro cercano tratándose de acuíferos estratégicos para paliar las sequías que se harán más frecuentes con el cambio climático. Por su lado, el Parlamento europeo critica los impactos graves de esta tecnología como la salinización de aguas potables y las emisiones no deseadas de metano que refuerzan el efecto invernadero. Por ejemplo, según un estudio de la Universidad de Cornwell de 2011, en un horizonte temporal de 20 años, el impacto de las emisiones del gas de fraccionamiento desde que se extrae hasta que se quema es superior a las del fuel o el gas convencional, e incluso superior a las del carbón. Por estas razones, el sistema de fracturación hidráulica se encuentra en estos momentos bajo alta sospecha: fuertemente criticado en los propios Estados Unidos con una moratoria en Nueva York y Nueva Jersey, y hasta prohibido por ley en Francia, donde se ha señalado que en esta técnica se inyectan “productos extremadamente agresivos” y el resultado son “paisajes destruidos, agua contaminada” y una “seguridad dudosa”.

Ante todo esto, ¿merecen la pena los riesgos que se van a correr con el uso de esta técnica ante la multitud de dudas y problemas que genera? ¿están justificados estos riesgos mientras que la estrategia energética mundial se está dirigiendo hacia un sistema basado en las energías renovables y cada vez menos dependiente de los combustibles fósiles? ¿Es sostenible el modelo energético vasco donde el gas natural —que supone ya en la actualidad más del 40% del consumo energético de Euskadi— es la apuesta de futuro?

Si bien el gas puede representar una energía de transición útil, esta apuesta no deja de estar demasiado basada en los combustibles fósiles y el espejismo tecnológico. Sobre todo, no se centra en el reto de nuestras sociedades energívoras y contaminantes: la construcción de un nuevo modelo energético capaz de afrontar a la vez el cambio climático y el techo del petróleo. En este camino, necesitamos objetivos claros: una reducción en 2020 del 40% las emisiones de CO2, la disminución de la demanda total de energía en un 30% para 2020 respecto a 2007 y el 100% de producción energética a través de fuentes renovables en 2040. Estas metas se pueden alcanzar gracias a una serie de alternativas eficaces y seguras: la promoción de una “Ley del ahorro, energías renovables y eficiencia energética” que dé estabilidad y visión de futuro al sector, la gestión de la demanda, la descentralización de la producción, el incentivo del autoconsumo, el premio a los pequeños parques de energía renovable, la disminución de la competencia que ejerce el ciclo combinado, la eliminación de las subvenciones, directas e indirectas, a los combustibles fósiles. Este modelo, viable sin energía nuclear, es además un vector central de otras políticas, como el transporte, la agricultura o el urbanismo, que puede generar a su vez millones de empleos verdes.

No necesitamos secuelas vasca, española o europea de Dallas: preferimos guiones energéticos originales y realistas, a la altura de la crisis ecológica y con un final feliz y sostenible.

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Aitor Urresti

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