Casi no ha terminado, pero ya se han apagado los ecos de la última reunión de los dirigentes del mundo, la cumbre del G8. Escasa cobertura mediática, de la propia reunión en sí (ha acaparado poco más que una noticia corta diaria) y de las manifestaciones en su contra.
Pero este simple hecho, la aparente escasa repercusión de esta reunión, es la que hace aún hoy resonar en mi mente recuerdos de otros tiempos. Porque yo pertenecí al movimiento antiglobalización casi desde su inicio por estas tierras. Es verdad que me perdí las protestas de Praga o de Génova, pero estuve ya en las manifestaciones contra el Banco Mundial, reunido en Barcelona, e hice «tourné de provincias» cuando a España le tocó la presidencia de turno de la Unión Europea. Formé parte de las plataformas contra la guerra de Afganistán (que existió, a pesar de su escasa repercusión) o contra la guerra de Irak. Coordiné la Consulta sobre la Guerra de Irak en Bizkaia. He visto la vida de este movimiento en mi entorno, su gestación, efervescencia y declive actual.
Todavía recuerdo mi primera gran manifestación, en Barcelona en el 2001. El banco Mundial decidió suspender la reunión y sustituirla por una videoconferencia. Era víspera de San Juan, y la celebramos en la playa de la Mar Bella, noche doblemente mágica.
Pero después de estos años de lucha, de la ilusión y el esfuerzo gastados, uno se pregunta, que fue de esto? Mereció la pena? Por qué el actual desinfle de este movimiento?
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Escuchando: Desaparecido de Manu Chao

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Aitor Urresti

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